jueves, 5 de agosto de 2010

Su amor se antepone a todo argumento contrario a su conocimiento

No recuerdo desde hace cuanto aprendí tanto en tan poco tiempo, en verdad que casi nada sabía hasta ahora por la infinita misericordia de Dios.
He entendido que si bien el temor y el orgullo jamás serán capaces de vestir a alguna persona, siempre tendrán toda la facilidad de desnudarla en cuestión de instantes. Entendí que Dios jamás va a buscar a personas perfectas, sino llenas de defectos con ganas de agradarle, de ser mejores, de generar cambios. Dios no quiere valientes, sino cobardes con corazón dispuesto a serlo. Dios no quiere santos, quiere pecadores que sepan reconocer que lo han sido, que están vacios, que lo hayan ofendido descaradamente, frente a muchos, con el fin de reconstruirlos desde sus cimientos, de establecerse en las profundidades de sus corazones y así mostrarnos que la obra fue completamente suya, disipando por completo cualquier duda sobre la autoría de tal milagro.
Pude ver cómo los frutos no sólo se dan durante el día, sino que muchas veces caen con más fuerza en las noches. Estar en la presencia de Dios es vivir durante el día, todo es claro, todo es obvio…no hay dudas, todo se puede ver. Estar en el mundo es vivir durante la noche. Durante el día jamás será necesario usar una lámpara o tener luz de algún tipo, ya que el Sol se encarga de alumbrar todo y hacerlo lo suficientemente claro. Sin embargo, durante la noche, la lámpara se convierte en algo indispensable. En el mundo necesitamos de nuestra lámpara, necesitamos del aceite que es el Espíritu Santo.
También entendí cómo la terquedad humana puede convertirse muchas veces en la máquina destructora más implacable, menos misericorde y más abrumadora para todo entendimiento. No hay nada humano que se pueda hacer en contra de una convicción firmemente arraigada. Es posible seguir instrucciones sin obedecerlas. Es posible seguir estructuras sin saber nada de su fundamento.
He visto que la Luna llena puede ser uno de los mejores espectáculos dentro de nuestra naturaleza, y como todo lo que nos rodea, es una hermosísima metáfora de lo que somos con Dios. La Luna no puede brillar sin la luz del Sol, así como sus hijos no pueden externar las maravillas de las buenas nuevas sin el poder de Dios. Puede que queramos cambiar el mundo por todos los medios, pero el único que nos ha dado la capacidad de hacerlo ha sido Jesús, con su muerte, tras su resurrección, por el poder de su Espíritu.
He entendido que el Espíritu Santo es mucho más que lo último tras una bendición. Representa la tercera persona de Dios, la cual hace efectivo todo Su poder en la Tierra. Sin él es imposible demostrar lo que es Dios, lo que hace y cómo lo hace. Sin él es imposible entender los misterios del Reino.
He entendido que se necesita muy poco para ofender pero o toda una vida o misericordia de lo alto para sostener y restaurar. Sin embargo, el amor de Dios se antepone a cualquier falta humana, eso me hace amarlo aún más.
Vi que en verdad como dice algún proverbio, la tristeza humana sólo trae muerte, sin embargo la tristeza que viene de Dios trae genuino arrepentimiento y cambio, para construcción. Llega con edificación, no con destrucción, convirtiéndose en un instrumento de alcance para transformar corazones igual de desolados.
Comprendí tras escuchar atentamente que si en verdad quiero que las cosas a mí alrededor cambien, debo dejar de pedirle a Dios que lo haga. Si quiero que algo cambie a mí alrededor necesito que Dios me cambie a través del poder de su Espíritu, y como consecuencia externar el cambio que he vivido. El cambio verdadero no viene tras una respuesta alcahueta de Dios, sino tras un trato impactante, diferente a todas mis expectativas, muchas veces hasta opuesto por completo a ellas, el cual trae como consecuencia que nosotros mismos alteremos nuestro entorno, a favor de lo que buscábamos inicialmente. Todo este proceso Dios nos lo concede acompañados de su mano, para que no duela tanto; protegidos por su Espíritu, de día como nube y de noche como columna de fuego. Así, el cambio generado es muy superior a la idea de cambio que nosotros teníamos, pues es llevado por Él y para Él. Él sabe mucho más que cualquiera lo que es bueno, agradable y perfecto, pues tal es su voluntad.
He comprendido que las personas son liberadas en el nombre de Jesús, son salvadas por el mismo nombre, sin embargo el género de incredulidad y falta de fe únicamente puede ser desarraigado por medio del ayuno y la oración…no hay más forma.
Finalmente, pese a toda falta humana y toda torpeza en la que nos movamos y con la que convivamos, el amor de Dios trasciende todo ello y por mucho. Los seres humanos limitamos el poder de Dios porque no cabe bajo nuestros parámetros convencionales. Algo tan grande no nos cabe de alguna manera en la cabeza. Por ingenuidad, torpeza, ignorancia, siempre reducimos la magnitud de Dios…quizás porque queremos hacerlo algo mucho más tangible y en dado caso prescindible. Queremos pensar que podemos vivir sin Él y por eso encogemos su poder y limitamos sus dimensiones. Eso es natural hasta que en verdad lo conocemos, entonces nos vemos obligados a romper todo ello y asimilar su naturaleza tanto como nuestra mente humana nos lo permita. Dicen que lo más que un ser humano ha podido usar de su cerebro es el 8% o algo así, menos del 10%. Esto es para personas excepcionalmente inteligentes. Si en verdad comprendiéramos todas las dimensiones de Dios estoy segura de que alcanzaríamos el porcentaje faltante. En verdad la mente humana es supremamente poderosa, Dios no escatimó en nada al hacerla…y si lo hizo así fue con el fin de que en algún punto de nuestras vidas todos pudiésemos asimilar al máximo lo que Él es y lo que comprende.
Amo a Dios profundamente, porque pese a mí misma ha hecho cosas grandes en mí vida y en la de los que me rodean. Gracias Dios por haberme amado desde antes de la fundación del mundo. Gracias por permitirme perder tanta “razón” para ganar pasión, pasión por lo que eres, pasión por lo que implicas, pasión por lo que representas, pasión por todo lo que hay en ti y deseas que haya en nosotros. Es tiempo de cosechar lo que no he sembrado y de segar con una mano lo que la otra a penas está sembrando.