miércoles, 12 de junio de 2013

Pensando en canciones

Por motivos que aun no entiendo, quizás Dios sabrá, hace poco empecé a aprende a tocar el piano...o su pariente lejano y no tan elegante, el teclado. El objetivo inicial es que aprenda a tocar alabanzas y adoraciones, y las he tocado, pero también he tocado otras cosas.
En mi búsqueda dentro de las alabanzas actuales, temiendo un poco ofender a cualquier músico que se respete, llegué a encontrar que la mayoría de las alabanzas y adoraciones que más me han acercado a la presencia de Dios o por lo menos, que así lo he sentido, están asentadas sobre bases sencillas de 4, 5 o a lo sumo 6 acordes.
De hecho las que más me han hecho sentir pequeña al lado de Dios constarán de 3 o 4 acordes. Y eso me parece maravilloso, porque sé que estoy a penas aprendiendo y que de verdad casi no sé nada de música, pero no por eso no puedo inventar algo para Dios y por un instante sentir que le estoy cantando al oído en simples notas cargadas de agradecimiento, sentimientos encontrados...
Hay mucho que me falta aprender de música, no por nada habrá gente que pasa su vida entera aprendiendo de este tema...sin embargo la noción de que sólo 3 acordes me permitirán entrar o acercarme un poco a la presencia de Dios me satisface mucho. Entiendo que no en la abundancia de las progresiones y complejidades en inversiones está la presencia de Dios, sino en la verdadera intención del corazón. Así que entiendo que adorar a Dios no es complejo, lo único que Él busca es adoradores en Espíritu y Verdad. La música es el acompañante, pero jamás el protagonista.
Si uno tiene la posibilidad de adorarlo debería, porque trae una convicción, un sentimiento, una firme noción de que las cosas simplemente están bien y lo van a estar. De que la audiencia siempre estará satisfecha, porque Él es la audiencia. De pronto las armonías, los relativos, los ritmos, tienen un sentido. Nada es tan simple y a la vez tan complejo.