miércoles, 19 de octubre de 2011

Ese sentimiento

En algún momento uno habrá sido, o será en algún punto esa persona, creo yo, de otra manera, por qué se topará uno en la vida con semejantes individuos. Aquella que es incapaz de reconocer los atributos de los demás a menos que estos sean menores que los suyos mismos (claramente, bajo sus propios parámetros). Aquella que tácitamente compite con sus semejantes, buscando sentirse mejor a expensas del mal ajeno o el extraordinario bienestar propio (y su respectiva presunción del mismo). El punto es que los demás no sean felices, no tanto ser del todo feliz. Aquella que tan pronto intuye oportunidad de éxito o beneficio de cualquier ser humano diferente a sí mismo, se lanza sobre ella, tratando de quitarla del camino del inicialmente bienaventurado. No es ni si quiera de si la oportunidad era conveniente para él/ella. De si la oportunidad respondía adecuadamente a sus necesidades. Puede que ni si quiera tuviese que ver con lo que buscaba (por decir algo, un rico que le quita al pobre el último par de zapatos que estaba en promoción en la tienda) sin embargo la necesidad de abarcar todo genera dentro de sí algún tipo de placer.
Es esa tristísima envidia, esa inseguridad propia profunda, esa incapacidad de enfrentarse contra sí mismo, sus defectos y cualidades, reconocerlos, abrazarlos, asumirlos, liberarlos.
Es la villana de Mean Girls. Es la Cruela de vil. Es la bruja de blancanieves y todos sus varientes, tipos, etc.
Es ese nefasto egoísmo. Ese cruel hedonismo. Esa triste sonrisa que cubre vacíos enormes. Es esa insensatez.
Se traduce en el bully, en la abusiva, el desgraciado de Señorita Laura, el que pierde en Caso Cerrado, el villano de todas las sagas de James Bond. Es otro de los malestares de nuestra sociedad.
Es la niña que todo lo tiene y quiere (y seduce) al novio de la compañera más pobre de su clase. Es la soltera guapísima que le baja el marido a la señora de 50 años. Es el mocoso rico y malcriado que le quita el carrito al hijo de la empleada. Es el David que se fija en Betsavé...y eso que era David.
Todos pasaremos por esa etapa en algún punto de nuestras vidas, el punto es superarlo, ¿no?

Una discusión...

Creo que hace mucho no me ponía a pensar en lo diferentes que somos de nuestros progenitores. En algún momento los escuché hablando de mí a mis espaldas, y en verdad que fue más doloroso que escuchar cualquier chisme de cualquier persona. Siempre me dicen que no acepto sus comentarios, sin embargo siempre que hacen alguno viene con un imperativo tono de reclamo. Es casi como si quisieran discutir, mientras irónicamente dicen "la verdad yo no voy a discutir esto ahora". Inevitablemente siempre termina siendo una discusión...
Yo los amo mucho, y creo que su labor no es sencilla. Educar con malas bases es tan difícil como intentar hacer un edificio sin cimientos. Gloria a Dios que Dios llegó a nuestras vidas. De otra forma quizás mi vida sería muy distinta, quizás ya no estaría aquí.
Cualquier cosa que me ponga a discutir, a pensar, a intentar imaginar, la verdad se queda corta, con la complejidad detrás de ser un buen padre. No sólo un dador de vida, porque de esos que riegan la semilla hay muchos, y vientres en los que se encuban bebés, de igual forma. Ser en verdad alguien que le da un sentido a otra persona, más allá que hacer de ella una prolongación de su misma existencia (El camino de la vida).
La verdad, por más que quiero juzgar y enojarme con mis padres, me doy cuenta que no existen motivos. Ellos siempre le quedarán debiendo a uno, y uno como hijo claramente siempre les va a quedar debiendo (aunque digan lo contrario frente a nosotros, en sus discusiones maritales sobre nosotros así será siempre).
Es triste pero es cierto. El punto al final del día es perdonar. No por ellos, porque ellos (así como uno mismo) lastiman a sus hijos y ni se dan cuenta. Porque guardar rencor contra el que te dio la vida de ninguna manera puede ser un buen sustento para una vida estable y pacífica. No vale la pena arruinarnos la vida por tontos (o grandes) rencores.