miércoles, 19 de octubre de 2011

Una discusión...

Creo que hace mucho no me ponía a pensar en lo diferentes que somos de nuestros progenitores. En algún momento los escuché hablando de mí a mis espaldas, y en verdad que fue más doloroso que escuchar cualquier chisme de cualquier persona. Siempre me dicen que no acepto sus comentarios, sin embargo siempre que hacen alguno viene con un imperativo tono de reclamo. Es casi como si quisieran discutir, mientras irónicamente dicen "la verdad yo no voy a discutir esto ahora". Inevitablemente siempre termina siendo una discusión...
Yo los amo mucho, y creo que su labor no es sencilla. Educar con malas bases es tan difícil como intentar hacer un edificio sin cimientos. Gloria a Dios que Dios llegó a nuestras vidas. De otra forma quizás mi vida sería muy distinta, quizás ya no estaría aquí.
Cualquier cosa que me ponga a discutir, a pensar, a intentar imaginar, la verdad se queda corta, con la complejidad detrás de ser un buen padre. No sólo un dador de vida, porque de esos que riegan la semilla hay muchos, y vientres en los que se encuban bebés, de igual forma. Ser en verdad alguien que le da un sentido a otra persona, más allá que hacer de ella una prolongación de su misma existencia (El camino de la vida).
La verdad, por más que quiero juzgar y enojarme con mis padres, me doy cuenta que no existen motivos. Ellos siempre le quedarán debiendo a uno, y uno como hijo claramente siempre les va a quedar debiendo (aunque digan lo contrario frente a nosotros, en sus discusiones maritales sobre nosotros así será siempre).
Es triste pero es cierto. El punto al final del día es perdonar. No por ellos, porque ellos (así como uno mismo) lastiman a sus hijos y ni se dan cuenta. Porque guardar rencor contra el que te dio la vida de ninguna manera puede ser un buen sustento para una vida estable y pacífica. No vale la pena arruinarnos la vida por tontos (o grandes) rencores.